9.07.2010

Nunca es tarde para una arepa


Buenas son las catiras,
las pelúas y las mixtas,
de buenas noches
y de buenos días
son al paladar
como al oído una de Fito, de Calamaro o de Sabina,
de sabores para alucinar
hasta que se vuelva a hacer de día,
manjares de desayuno,
almuerzo,
y cena.
Porque nunca es tarde para una arepa de esas,
de a-eme y de pé-eme,
como pasa con la cerveza
y también con una buena siesta.

Salen arepas en los jerseys,
camisas,
y camisetas.
Redondas al levantar el brazo
al gritar el gol,
celebrando una victoria en el estadio,
y de los que lo miran por la televisión,
alumbran los ojos
como el más grande farol,
comerse una reina,
una verdadera celebración.
Porque nunca es tarde para una arepa de esas,
de a-eme y de pé-eme,
como pasa con el gol de la victoria en el noventa,
y también con la música de los ochenta.

Únicamente cae mal la arepa,
de ser ese maldito cero en el marcador final,
de tu equipo de béisbol, terrible sin duda,
un cero, solo, como la arepa sin relleno, la viuda
que llora por no tener pernil y telita,
cazón,
salpicón de mariscos,
o de ese chorizo y queso amarillo que desata la pasión,
del primero, al último en la tabla, señor.
Porque nunca es tarde para una arepa de esas,
de a-eme y de pé-eme,
como pasa con dejarlos en el terreno con un jonrón,
y también con la Cruz: bombón como la arepa de chicharrón.

JICH