10.31.2006

Me pasó. Pasó. Es típico, demasiado típico


Suena el despertador. Suena. Es temprano, demasiado temprano. Abro los ojos y decido apagarlo. El sol no se levanta aún. Los cierro de nuevo. Allí estoy, listo para empezar el día. Me levanto. Lavarse los dientes. Vestirse. Desayunar e irse. Cierro la puerta y estoy en camino, veo rostros, conocidos, desconocidos. Camino tranquilo. No hay mucha gente y disfruto lo poco que veo de este bulevar a esta hora, no hay gente, no hay música, sólo olor a café como el guayoyo que toma el señor que pasa a mi lado. “Buenos días”, “buenos días”, ¿cómo no van a ser buenos?. No soy optimista ni de esos que el ánimo los caracteriza, pero realmente éste, aún tan temprano, es mi momento, mi hora, mi rato del día.

Camino mientras el sol se levanta rápidamente. Veo más gente, más rostros, conocidos, desconocidos. Se prenden las vitrinas, una por una, y allí estoy, sigo caminando. No me gusta irme en autobús y mucho menos en el metro a esta hora, es mi momento del día, quiero disfrutarlo, con tranquilidad. Estoy en el metro y no pasa nada, veo rostros que se mueven junto conmigo hacia su destino, yo voy al mío. Cada quien por su lado, no pasa nada, una luz blanca que me hace arrepentirme de que haya comenzado el día. Estoy en el autobús y no pasa nada. Hay música sí, pero es muy temprano aún, no quiero oír nada.

Aquí estoy caminando en mi bulevar. Se acerca. El olor se acerca. El aceite que cocina el desayuno de muchos. Ese olor que caracteriza este punto del recorrido, junto con muchos otros mezclados. No me detengo a pensar de donde viene, pero me provoca acercarme. Una empanada, no hay nada mejor que una empanada. Camino y no me detengo. A mi lado pasa el muchacho de siempre con su bolsa con termos llenos de ese combustible que nos mueve a todos a esta hora: “Cafécafécafécafé” así lo pregona. A esta hora no hay personajes, nadie llama la atención, aún cuando muchos levantan la voz para pregonar desde temprano el titular del periódico, o simplemente “laaaaaa noticia”, o como el muchacho del café.

Camino y siguen pasando a mi lado rostros. Unos más alegres que otros. “Buenos días”, “buenos días”. Por supuesto. Camino y veo esa fuente de soda. Tendrá todas las historias del mundo, las habrán contado todas allí. Tiene unas sillas que aún tienen el rocío del frío que hizo esta madrugada. El cartel es colorido, con muchas frutas, la “fuentesoda” de los mejores jugos a esta hora. Todo el mundo camina con su jugo en la mano. De lechosa, de naranja, de melón, de parchita, de piña, de mango, de todos los colores y sabores. Allí venden helados, hace un poco de frío todavía. Me acerco, me arrepiento. Sigo caminando. Un helado, no hay nada mejor que un helado.

Camino y me acerco a mi destino, tengo que cruzar una calle nada más. Me detengo en el final del bulevar, veo hacia atrás y los faros me despiden mientras se van apagando, uno a uno, rápidamente. A nadie le importa, pero a mí sí. Se están apagando. Nos podemos ver después, en otro momento será. “Se acabó tu rato” dirían esos faros que no tienen voz. Se fue la oscuridad, ahora hay mucha luz. Allí estoy despidiéndome de mi momento, me acompañan muchos, muchos de esos que habrán ya dicho “buenos días” al menos unas 50 veces. Todavía no tenemos luz, pero cada segundo que pasa pienso un cualquier razón por la que me gustaría seguir caminando, veo el semáforo. Se prende y se apaga una desagradable luz anaranjada con una mano, no sé si me dice cálmate, no sé, ya no oigo nada. Lo único que oigo es el “clac, clac” de esa mano que se prende y se apaga intermitentemente. Respiro, mantengo la calma. “Clac, clac” y todavía no tenemos luz. “Clac, clac” y de inmediato se prende una luz verde como con un tipo caminando, como esos que comenzaron a caminar sin que se prendiera la luz. Esta no es intermitente, se queda prendida y de pronto suena un insoportable repique. “Ríííííííng”. Se apagan las luces. Suena el celular. Suena. Es tarde, demasiado tarde.

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