3.12.2007

la telenovela - anibal nazoa


De sus "obras incompletas", una brillante muestra de su genialidad: "la telenovela".

Salud.

«Dramón criollo más electricidad, igual telenovela». La fórmula no será muy original, pero es lo más próximo a una definición de la telenovela que podemos alcanzar con nuestro menguado presupuesto intelectual. La telenovela nació cuando Corín Tellado se decidió a seguir un curso intensivo de Electrónica y se graduó con las más altas calificaciones. Reforzada con los aportes de la tragedia desgarradora de la tradición española, representa la fase superior de la novela por entregas y tiene sobre esta la considerable ventaja de eliminar las molestias de la lectura, contribuyendo por lo tanto a mantener un sano ambiente de analfabetismo que garantiza los mejores «ratings».

El trabajo del telenovelista es aún más azaroso que el del antiguo escritor de novelas por entregas. Si bien este debía adaptarse a las necesidades del momento y al humor de los editores, al menos concebía su obra como un todo y movía sus personajes de acuerdo con una trama que estaba más o menos definida desde el principio. El libretista de telenovelas, en cambio, se limita a soltar su puñado de personajes en la escena sin tener la menor idea de lo que va a ser de ellos; solo el tiempo dirá cuál va a ser la trama y cuándo se producirá el desenlace. La explicación de esta absurda técnica está en las exigencias de la Era Atómica: muchas veces sucede, por ejemplo, que un personaje a quien el autor pensaba matar en el tercer capítulo se salva milagrosamente y se eterniza en la obra porque el Sindicato de Radio y Televisión se opone al retiro del actor que lo «encarna», como se dice en la jerga televisiva. En cambio, uno que parecía destinado a enterrar a todo el reparto, a lo mejor debe morir inesperadamente, porque en el otro canal le ofrecen doble sueldo o sencillamente porque se le venció el contrato. En una telenovela calculada para cinco personajes, de pronto uno de estos se enreda con una mujer que debía aparecer en un solo capítulo y del enredo sale un muchachito que va creciendo y exigiendo tíos, primos y amigos que complican el argumento y desequilibran el presupuesto, sin la menor posibilidad de matarlo o aunque sea mandarlo de viaje. Porque el problema esencial del telenovelista es precisamente el de saber cuándo, cómo y en qué forma se debe matar a cada personaje. Hay otros problemas menores, aunque no menos importantes, como el del mudo a quien es preciso poner a hablar para economizarse tres capítulos porque la empresa no está dispuesta a invertir un centavo más y el patrocinante está chillando. O el de la dama joven que en la obra hace de niñita inocente y se le ocurre quedar embarazada en la vida real, o el del villano que escapa al control del autor y se vuelve bueno sin permiso.

No hay, pues, normas fijas para escribir telenovelas. Todo depende del azar. Sin embargo, existe una serie de principios y recetas que vale la pena tener en cuenta, como las siguientes:

En toda telenovela debe haber un personaje que es hijo del protagonista pero no lo sabe, seguramente porque es un retrasado mental, pues en cada capítulo casi se lo dicen clarito y no hay forma de que él se dé cuenta.
La novia del galán debe ser una muchacha humilde y extremadamente buena y tener por rival a una aristócrata extremadamente mala.
La muchacha extremadamente buena debe ignorar por completo que la aristócrata extremadamente mala la odia a muerte. Es conveniente hacer que la mala se enferme para que la buena tenga la oportunidad de enfermarse ella por estarla cuidando día y noche.
Es absolutamente indispensable que en la obra aparezca una pareja de enamorados que se aman con loca pasión sin saber que son hermanos, una madre y una hija enamoradas del mismo hombre, y un apuesto joven, profesional o artista que perdió la memoria en un choque de trenes o a consecuencia de una herida de guerra.
De ninguna manera y bajo ningún pretexto, se permitirá que los malos mueran de muerte natural: siempre han de caerse por un barranco de dos mil metros, perecer aplastados por un tren al trabársele un pie en los rieles, o cuando menos asesinados por sus propios cómplices. Correlativamente, ningún personaje bueno morirá de una enfermedad vulgar como la pulmonía o la cirrosis hepática, sino de un mal misterioso desconocido para la ciencia médica; o bien morirán heroicamente al interponerse para recibir un balazo destinado al ser amado o al tirarse bajo las ruedas de un camión para salvar la vida de un cieguito.
Por último, en cuanto a lenguaje, solo se admiten dos clases de personajes: los que hablan como si a toda hora estuviesen dictando una conferencia sobre Filosofía Contemporánea y los que hablan como llaneros criollotes y todo lo arreglan con «¡Ave María Purísima!»
Ahora, por favor, enciendan sus televisores que vamos con el ejemplo:

Un capítulo de Almas destartaladas

Telenovela de Nicolás de Albayalde, el autor que achicharra el corazón de las masas.

Sala de la regia mansión de los Garnacha y Alvarejo, en las afueras de la ciudad. Edgardo, hijo mayor de don Pompilio de Garnacha y Alvarejo, habla con Amarilis de Marranátegui, la aristócrata que lo odia porque él no le quiso entregar su amor a ella sino a la modesta estudiante de Bachillerato Comercial, Brígida Peñones.

EDGARDO. No, Amarilis. Mil veces preferiría verme muerto y sin tener con qué pagar la última cuota del entierro, antes que casado con una víbora como tú. Eres el ser más despreciable que se haya cruzado en mi camino. Tu corazón es duro como bisté de pensión y tu mente torcida como el rabo del cochino.

AMARILIS. ¡Edgardo, te ruego que me escuches!

EDGARDO. ¡Nada! Yo a ti no te quiero ni regalada. ¡Apártate de mi vista antes de que pierda la cabeza y te caiga a elefantazos con este elefante de bronce! ¡Bicha!

AMARILIS. Está bien. Me voy. Pero tampoco serás para esa perra de Brígida. Ahora mismo le diré a tu pápá la verdad sobre el origen de esa...

EDGARDO (desesperado). ¡No, no lo harás! Matarías a mi anciano padre si le revelaras que la mujer amada por su hijo es hija de su archienemigo, el siniestro don Gerardo del Bofe!

AMARILIS. ¡Pues sí se lo diré, y se lo diré a ella también, le contaré cómo nació ella de una locura de carnaval de don Gerardo y cómo fue abandonada para salvar el honor de los Del Bofe, y arrastraré por el cieno el apellido Garnacha y Alvarejo!

(Entra el padre de Edgardo, don Pompilio, quien está gravemente enfermo del corazón y no se le pueden dar disgustos).

EDGARDO (entre dientes). Disimula, que ahí está el viejo... ejem ... (a voz en cuello) ...¿Y te acuerdas de la parte donde él la baña a ella en gasolina para pegarle candela y después no encuentra los fósforos? ¡Qué bien lograda! ¿no? Ah, y dígame aquella donde ella está cocinando y él le va a besar y mete la corbata en la licuadora... ¿Cómo harán ese truco tan impresionante?

DON POMPILIO. ¿De qué hablabas, hijo? Me pareció oírte discutir.

EDGARDO. No, estábamos aquí comentando la película de 1926 que pasaron anoche por televisión.

AMARILIS. Con permiso... (sale).

DON POMPILIO. Qué muchacha tan dulce, ¿verdad?

EDGARDO. Sí. Ojalá se la coman las hormigas.

DON POMPILIO. Escúchame bien, hijo: mañana comienza la cosecha de arroz con leche, así que quiero que salgas inmediatamente para la hacienda y estés aquí el miércoles, porque viene a visitarnos el Presidente de la Federación de Envenenadores de Perros... Y a propósito... ¿Brígida no ha vuelto?

EDGARDO. Casualmente, papá, ahí viene llegando. (Entra Brígida).

BRIGIDA. Buenas, don Pompi, ¿cómo le va?

DON POMPI. Aquí, hija, en esta esquina y contra las cuerdas... Bueno, los dejo porque tengo que ir a despachar una remesa de barbas de coco para Inglaterra ...

BRIGIDA. Hasta luego, pues...

EDGARDO. ¿Por qué tardaste tanto, Brígida? Cada minuto de tu ausencia es como un mordisco de burro para mi corazón atormentado. ¡Ven, vida mía, deja que mis labios sedientos de amor se posen sobre el caballete de tu nariz!

BRIGIDA. Sí, Edgardo mío, ¡muérdeme la campanilla, arráncame la tiroides, estrújame la caja del cuerpo entre tus hercúleos brazos, escachápame, mi amor!

EDGARDO. Brígida, Brígida querida, nada ni nadie podrá oponerse a nuestro amor! Somos el uno para el otro, como el pelo y el peine, la mayonesa y la langosta, el médico y la cuenta! ¡Ven, déjame que te rastrille los dientes en el occipucio una vez más!

(Se besan apasionadamente mientras la escena pasa a un oscuro corredor donde Amarilis habla con su cómplice, el torvo mayordomo Atanasio Mondraguín).

AMA. Atanasio, esta noche es la cosa. No te olvides de traer el serrucho y el ácido muriático...

ATA. No se preocupe, niña Amarilis, que tó se hará como usté lo planió. Ay tengo ya el vidrio molío con azuca, el cunaguaro * con malderrabia y los catorce kilos de almagre.

(Sale Atanasio. La cámara enfoca en close-up a Amarilis).

AMARILIS. ¡Ahora verás quién es Amarilis de Marranátegui, Edgardo de Garnacha y Alvarejo!

(Amarilis pela los dientes y queda fija en la pantalla).

LOCUTOR. ¿Qué siniestros planes está tramando la cruel Amarilis? ¿Revelará la terrible verdad a don Pompilio? ¿Logrará esta vez su criminal propósito, o fracasará como cuando trató de darle mondongo con permanganato a la inocente Brígida? No se pierda el próximo capítulo de esta emocionante novela que se transmite todas las noches a las 7 y 30 por este mismo canal y a nombre de (fanfarria)

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*Cunaguaro: pequeño felino venezolano que es una variedad del ocelote mexicano. El ocelote, a su vez, es un pequeño felino mexicano que es una variedad del cunaguaro venezolano. Caso semejante se presenta en el Chigüires BBC, popular club de base ball mencionado en otro capítulo de la presente obra y el cual, si fuera paraguayo, no sería un club de base-ball sino de fútbol y se llamaría Capibaras FC. Así es de misteriosa la naturaleza americana.

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