11.23.2006
Una ciudad distinta
“Las diferencias honestas son a menudo una muestra sana del progreso”
Mahatma Gandhi
“Eso sin contar el afecto que por Carora y por lo caroreño se me da naturalmente, por razones muy viejas y muy profundas que antes he contado, y por las que se renuevan a cada rato, cuanto más cosas aprendo de esa gente rara, a quienes resulta redondamente inútil comparar con otros porque no se parecen a nadie ”
Ramón Guillermo Aveledo
Una ciudad distinta
Es una ciudad distinta, de esas que ya no existen sino en la cabeza de quienes vivieron en ellas. Para muchos hombres es una ciudad utópica, para muchas mujeres es un sueño hecho realidad. Para muchos otros hombres está lejos de ser una utopía y para muchas mujeres nada ha estado más cerca de una pesadilla. Es una ciudad distinta, para gente distinta, en el buen o mal sentido de la palabra.
Es una ciudad que ha ido creciendo en sus alrededores, y que dejó de ser pueblo el mismo día en que salió de sus fronteras un ilustre hijo de esa ciudad. Es esa ciudad que conserva su parte colonial como si la hubieran recién construido y como si todavía allí vivieran esos personajes que escribieron, con sólo vivir su vida, la historia de su tierra. Allí están en las casas coloniales sus nombres tallados en unos pequeños carteles de piedra, que dan fe de que ellos estuvieron allí, aún cuando están plasmados en más de un centenar de cuentos que fueron pasando de generación en generación.
Allí todos son primos, todo quedó en familia. “La cosa nostra” no, la cosa nuestra. Y no por mal, sino por bien. Son pocas las familias que viven allí, porque todo el mundo tiene casi los mismos apellidos, algo muy particular, porque seguramente hay más personas que apellidos que en ningún otro lugar del mundo, este mundo, ah mundo.
Es una ciudad que queda en medio de dos grandes ciudades, dos de esas que marcarían a cualquier pueblo que tengan a su alrededor, no sólo por lo importantes y características que son, sino porque serían para ellas un ejemplo a seguir. No es el caso de esta ciudad, que es sólo como ella misma y que la gente es sólo como es su gente. La única influencia que reciben es la de su papá, su mamá y sus abuelos, si no, no sería una ciudad distinta, ésa que existe en la cabeza de muchos y en el despertar de cada día de otros.
Allí gallo no arropa pollo, porque para eso están las gallinas. En donde todos viven felices de su incompatibilidad conyugal, donde todo el mundo tiene su cuento, de esos que para oídos de quien no vive allí, es como un relato digno de premio, sin importar el género que sea. Allí todo el mundo tiene cara de simpático, y hace reír sin mucho esfuerzo. Todo el mundo es muy buena gente como esa gente que ya no existe o que uno lamentablemente no conoce o habitúa. Es una ciudad diferente, sobretodo para esos que están acostumbrados a que los traten mal y los atiendan peor, como pasa lamentablemente en muchas ciudades iguales, no a ésta, sino a ellas mismas.
Es una ciudad en donde quieren su tierra por las semillas que allí cayeron y por las raíces que han ido creciendo y las que faltan por crecer. En donde no es regionalismo como eso que llama la gente de las ciudades, sino un amor incondicional a su tierra o eso que llaman sentido de pertenencia. Otro nivel, en donde todo el mundo conoce su historia de arriba abajo. Una ciudad de ésas que si naces allí y haces tu vida en otra parte, volverás por eso que dicen que es el llamado de la sangre. Esa ciudad distinta en donde la gente se tiene que acostumbrar a quienes allí viven, no porque les dé la gana, sino porque así son las cosas. Allí la gente no se cree una gran cosa, porque todos están seguros de serlo, y eso tiene que estar bien. Quizás se deba a eso la seguridad que los caracteriza, como ese señor que no sabía cantar y que cantaba bien duro y que decía que si supiera cantar fuera una cosa muy seria.
Muy fácil es entonces calificarlos de locos, por ser como son: auténticos y seguros. Pero el camino más fácil termina casi siempre siendo el equivocado. Es una gente con convicción la que vive allí. Esa gente que es capaz de hacer una importante y fugaz demostración, no sólo de brillantez, sino de algo que se pierde de vista, así como ellos mismos, como cuando esa vez que llegó un señor con unas mujeres de algún cabaret o bar de mala muerte de la zona, y cuando le dijeron que cómo era posible que llegara a una reunión social con esas “mujeres de reputación dudosa” él les contestó: “De reputación dudosa nada, éstas mujeres lo que son es putas y todos estamos seguros de eso. De reputación dudosa serán esas que están allá adentro… esas sí son de reputación dudosa”.
Y aún cuando pareciera demasiado obvio lo machistas que pueden ser los hombres allí, hay que tratar de ver más allá y ver que allá las mujeres son tontas… pero muy poco. Allí sí que las mujeres no comen cuento con nadie, se harán la vista gorda con algunas cosas que hacen sus maridos, pero ellos terminan pagándolo, de verdad verdad. Cuentan que una vez llegó un buen hombre a su casa y encontró una gran hoguera en el jardín, hecha nada más y nada menos que por su ropa. ¿Un acto de una mujer desesperada? No. De una mujer muy arrecha.
Allá hay muchas santas, también dicen, por poder soportar todas y cada una de esas atrocidades y necedades insoportables de sus esposos (a los ojos de las mujeres que no son de allá). Es que definitivamente, más allá de la costumbre está la inteligencia, ¿para qué pelear por eso? ellas no pelean tanto, más bien aprovechan. Mucha inteligencia para el gusto de muchos hombres y muy arrechas también, y no de esas que se dicen “que el feminismo, que si esto, que si aquello”, no. Allá las mujeres son como la vera, ¿no se dan cuenta? Es una ciudad en donde, entre otras cosas, la mujer da el ejemplo a las demás mujeres, pero a su manera, a su particular manera.
Aquí sí es verdad que el clima forma parte también de la cultura de su gente, pero por supuesto que sí: todo el mundo con guayaberas de ésas que son distancia y categoría, de las guayaberas de verdad, de ésas que usan los abuelos y los señores mayores y que ahora son como el amor, que no tiene edad. Allá dicen que es donde nació el diablo por el calor que hace, y de hecho podría ser la única ciudad con un diablo por amigo, como dicen por ahí. Hace ese calor perfecto típico de la llamada “hora del burro”, de esos que dan sueño, sobretodo después de esas sentadas tan típicas y distintas que probablemente en la vida de muchos habrán existido, porque si hay algo que también caracteriza a esta ciudad es la comida, que para no hacer de este relato algo perenne, podría ser calificada como una gastronomía, exclusiva y la única auténtica, de esos hogares distintos, que cuando llega al paladar de quienes tienen el infinito goce de quienes tienen este privilegio, envía una inequívoca señal al cerebro, que a su vez transmite a esa marquesina que se desplaza dentro de nuestras cabezas algo como “lo que usted acaba de saborear es otra demostración de que Dios existe”. No caben dudas.
Será por eso que también esta ciudad es distinta: por la devoción de su gente, por su fe. Es que hay que reconocerlo: tener este privilegio de que Dios haya elegido que ahí fuera que nacieras, justo ahí en esa ciudad distinta y no otra, en donde todo el mundo va a ser tu primo y tendrás una gran cantidad de tíos y tías, que en tus genes vas a llevar (quieras o no, o que más bien vas a querer obviamente) una parte de todas esas historias tan buenas y anécdotas que construyeron a esa ciudad, en donde tendrás una licencia como ésa que le daban a los agentes secretos, pero no para matar sino para comer esa celestial gastronomía, en donde conocerás probablemente a la mujer o al hombre de tu vida (en esta ciudad distinta o en otra, pero seguramente algo tendrá que ver con la ciudad) y que vivirán felices en su compatibilidad o incompatibilidad conyugal, en fin, podríamos hacer una interminable lista con más de un millardo de millardos de millardos de razones para que ese privilegio de ser de esa ciudad distinta sea motivo de darle gracias a Dios. No se puede ser tan malagradecido en la vida. Es obvio.
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